lunes, 18 de octubre de 2021

La inanición del Estado para enfrentar la desnutrición


INTRODUCCIÓN

El colectivo humano que integra los estados, dependiendo del contexto, experimentan múltiples problemas y privaciones, sin embargo, no hay institucionalidad capaz de atender de manera particularizada las demandas y necesidades del pueblo. Además, los recursos siempre son escasos para poder intervenir de forma subsidiaria desde lo público; es por ello que debe hacerse un esfuerzo de intermediación de los partidos políticos para que aquellos que logran convertirse en clase política hagan una priorización y determinen las situaciones socialmente problemáticas que serán atendidas desde la esfera pública. Este ejercicio puede llevar a la determinación de una política pública que destina recursos y define formas de intervención, o en mejor de los casos a la cristalización de acuerdos políticos priorizados que dan vida a la ley. En el caso de la desnutrición en sus grados y el hambre, por su amplio espectro de incidencia, cuentan con ley, política, pactos, estudios, publicaciones y mucho papel que demuestran que en el país muchos viven la crisis humanitaria del hambre.

Palabras clave

Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional, hambruna, desnutrición, Pacto Hambre 0

Antecedentes de la problemática social que define nuestro principal rasgo de subdesarrollo

La pirámide de la sociedad guatemalteca ha sido históricamente determinada por la desigualdad social, lo cual hace que seamos un país en el que se concentra la riqueza y las brechas sociales sean profundamente lacerantes, otorgando a unos pocos el acceso al desarrollo y condenando a la mayoría de la población al subdesarrollo. El coeficiente de Gini es la medida estadística que mide la desigualdad en el acceso a los ingresos; medida que va de 0 a 1, cuanto más cerca de uno se ubique la medida, la desigualdad será más profunda; para el caso de Guatemala, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo estableció, con base en la corrección de las cuentas nacionales para el año 2017, que el indicador era de “0.63 uno de los índices más altos del mundo”, lo cual ratifica los altísimos niveles de pobreza presentados en el informe sobre el Índice de Pobreza Multidimensional (2018) en el cual se consigna señala que “los resultados revelan que en Guatemala 61.6 por ciento de las personas (I.C.95% 58.6-64.7) viven en pobreza multidimensional, es decir, seis de cada 10 guatemaltecos enfrentan privaciones en el 30 por ciento o más de los indicadores ponderados” (IPNUSAC, 2021).

El IPM utiliza para su estimación cinco dimensiones de las cuales la Salud y la Seguridad Alimentaria y Nutricional es la primera y según las tasas de privación no censuradas, el 40% de la población esta privada de la seguridad alimentaria y nutricional, estimación hecha con base en la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria, cuyo insumo estadístico es la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI). Con base en los resultados del 2011 se concluye “que los hogares más vulnerables a la Inseguridad alimentaria se caracterizan por ser hogares con niños, que viven en condiciones de hacinamiento, en área rural, pobres, con poco acceso a servicios y condiciones de vivienda precarias”, una situación histórica que ha prevalecido a lo largo de las dos décadas que llevamos del nuevo milenio.

Aun cuando el fenómeno de la desnutrición parece haber acompañado a amplios sectores sociales durante el siglo pasado, fue hasta el gobierno del presidente Alfonso Portillo que se hizo visible la altísima incidencia, principalmente de la hambruna y la desnutrición crónica, lo cual requirió que se determinara una intervención excepcional para mitigar el impacto en la población de una enfermedad que se roba el futuro de quienes la padecen.

El 3 de septiembre del año 2001, Portillo decretó el estado de calamidad por hambre debido al deterioro de los medios de vida que desde el paso del huracán Mitch, en noviembre de 1998, agudizó la problemática de acceso a alimentos debido a la destrucción de los medios de vida y la capacidad productiva del agro de infra y subsistencia en el país.

Para ese momento los titulares de los medios reportaban hambruna en Camotán y Jocotán en donde se registraron muertes por hambre y desnutrición, el reflector de opinión pública se posicionó en un territorio que además enfrenta no solo el yugo de la inequitativa distribución de la riqueza, sino además azota con mayor fuerza los fenómenos naturales producto del cambio climático (IPNUSAC, 2021).

Las sequias prolongadas que durante los primeros años del siglo XXI fueron causadas por el fenómeno del niño, agudizaron la crisis de acceso a alimentos, por escases y por ausencia de ingresos necesarios para adquirirlos mediante mecanismos de mercado.

Cabe aquí una puntualización respecto de que en Guatemala se confirma la teoría del premio nobel de economía Amartya Sen, quien en 1981 publicó su obra “hambruna y pobreza” en el cual formula su teoría de la titularidad; esta “se refiere a la capacidad que tiene cada persona de conseguir sus alimentos a través de los medios legales disponibles en una sociedad; esto incluye la producción de dichos alimentos, el comercio, el trabajo, los beneficios estatales, o cualquier forma contemplada y posible para acceder a ellos” en un contexto productor de alimentos, es una paradoja que exista el hambre, la desnutrición, la anemia y la obesidad (IPNUSAC, 2021).

Pero tuvo que cubrirse como noticia, para que este problema social, se convirtiera en una situación socialmente problemática y del titular, se pasara a la indignación colectiva que rechaza esta condición que nos roba la dignidad como país, uno de cada dos niños en Guatemala padece de algún grado de desnutrición.

La exclusión de amplios contingentes sociales del mercado de alimentos, por no contar con el ingreso suficiente para procurarse la ingesta mínima de nutrientes, lleva a heredar la condición que pasa de madres desnutridas a hijos desnutridos que reproducen su condición en la espiral de pobreza.

La institucionalidad para atender la desnutrición

El pacto social fundante de nuestro régimen constitucional democrático de derecho contempla el derecho a la alimentación en su artículo 99 el cual establece “el Estado velará porque la alimentación y nutrición de la población reúna los requisitos mínimos de salud.

Las instituciones especializadas del Estado deberán coordinar sus acciones entre sí o con organismos internacionales dedicados a la salud, para lograr un sistema alimentario nacional efectivo”, reconociendo que desde el año de 1985 ya había una institucionalidad pública encargada de atender esta problemática, sin embargo, la desarticulación, superposición y duplicación de esfuerzos para enfrentar los efectos del hambre y la desnutrición, reducen el alcance y la efectividad de las políticas públicas dirigidas a intervenir en los territorios con mayor incidencia (Botran, 2003).

A pesar de haber creado “una ley, un reglamento, una política, un plan estratégico, un plan priorizado de Gobierno, un presupuesto interministerial, unos planes operativos anuales costeados, unas instancias de participación y consulta popular, una prioridad política al máximo nivel” durante los gobiernos del nuevo siglo, la incidencia de la desnutrición sigue siendo alarmante, la reducción de los porcentajes observados sigue reflejando una tasa de uno de cada dos niños del país con algún grado de desnutrición.

Desde el estallido de popularidad mediático que evidenció la envergadura del problema del hambre y la desnutrición en el país, se han ensayado programas, creado instituciones y ejecutados recursos financieros que siguen teniendo una efectividad limitada. Durante el gobierno de Alfonso Portillo (2000-2003) se formuló una nueva Política de Seguridad Alimentaria y Nutricional -la primera venía de 1997- y se elaboró una primera propuesta de Ley SAN, que finalmente no fue aprobada por el Congreso. Se creó el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSAN), que dependía directamente de Presidencia y que fue un primer intento de elevar el perfil público y político del tema, pero se disolvió pronto (Botran, 2003).

Asimismo, se creó el VISAN dentro del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA, marzo 2003) y se le dotó de fondos operativos. Durante el gobierno de Óscar Berger (2004-2008) se dio un notable impulso a la construcción del andamiaje institucional, a través de un proceso de negociación que involucró al Gobierno, sector privado y organizaciones campesinas e indígenas.

Esto dio como resultado la Política de Seguridad Alimentaria y Nutricional (POLSAN) y la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Ley SAN, Decreto 32-2005, 2 de mayo 2005), que siguen vigentes y son la base de todos los avances posteriores. La figura del Comisionado Presidencial contra el Hambre, Andrés Botrán, fue clave en este periodo. Lo que caracteriza a este Gobierno es la construcción de la armazón legal y política contra el hambre, aunque no tanto el nivel de ejecución en el terreno, que fue poco significativo. También se elaboró el Programa para la Reducción de la Desnutrición Crónica —un plan estratégico—, documento consensuado y construido desde los departamentos y presentado al final del mandato de Berger.

En resumen, el problema no solo se enfrenta con burocracia que al parecer abunda en diversos ministerios que ejecutan año con año recursos valiosos que principalmente se usan para gastos de funcionamiento y que reducen significativamente la proporción de estos para mitigar la angustia de sentir físicamente como se escapa la vida, por no poder, ni siquiera, satisfacer el mínimo de nutrientes que el cuerpo necesita para continuar subsistiendo.

Cuando se quiere se puede y la crisis sanitaria por la llegada a Guatemala de la pandemia de COVID-19 demostró que hay acuerdos que pueden inclusive invocar las excepciones de financiamiento del Estado ante catástrofes o desastres públicos; el paquete de 11 millardos de financiamiento público aprobados por el Congreso en el año 2020, utilizando el segundo párrafo del artículo 133 constitucional, dejó en evidencia que cuando todos de forma igualitaria enfrentamos una amenaza común como lo es un microscópico virus, no escatimamos en gastos y voluntades por lograr acuerdos para enfrentarla.

Si tomamos el número de infectados, fallecidos e inmunizados ante la enfermedad de la COVID-19 y cuánto se ha gastado en un año de pandemia y comparamos con los recursos destinados a enfrentar los resabios de la desnutrición en varias generaciones de guatemaltecos, entendemos que el costo de oportunidad pone por encima de la población con hambre, seres humanos pobres que habitan el área rural y necesitan la acción subsidiaria del Estado para adquirir alimentos, a los habitantes de centros urbanos con mayor riesgo de contagio del virus SARSCoV-II, quienes están conectados a la red eléctrica formal y pueden hacer uso de plataformas virtuales para inscribirse en los beneficios que otorgan los programas creados para mitigar el impacto económico de la pandemia (IPNUSAC, 2021).

Derecho a la SAN Decreto 32-2005

El derecho de toda persona a tener acceso físico, económico y social, oportuna y permanentemente, a una alimentación adecuada en cantidad y calidad, con pertinencial cultural, preferiblemente de origen nacional, así como a su adecuado aprovechamiento biológico, para mantener una vida saludable y activa” (Botran, 2003).

 

La desnutrición como contenido de campaña

Los políticos y de ellos los más demagogos, acostumbran a utilizar problemáticas ampliamente sentidas para dotar de contenido vacío a sus campañas, tal el caso del ofrecimiento de Roxana Baldetti en 2012, durante el lanzamiento del Pacto Hambre 0 en San Juan Atitán, Huehuetenango, el municipio con el mayor índice de desnutrición en niños menores de 5 años a nivel nacional, con un 91.4 % de prevalencia. Baldetti ofrecía en esa ocasión una reducción de 10 puntos porcentuales respecto de la incidencia de la desnutrición en aquella fecha, la cual ascendía a 49.8 % de los niños del país, meta planteada para los cuatro años de gobierno (Botran, 2003).

El experto que aquel gobierno nombró para dirigir la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional reconoció públicamente que “ningún país en el mundo ha reducido (la desnutrición) un 10 % en cuatro años, y el reto es enorme para los guatemaltecos; para hacer una clarificación, lograr reducir un punto porcentual es una gran hazaña y es vista por especialistas como un gran logro”. Levantar metas aspiracionales y ofrecer soluciones mágicas a problemas estructurales, solamente refleja la intención de instrumentalizar la problemática con fines clientelares y una cuantiosa erogación de recursos públicos en burocracia y bolsones presupuestales con riesgo a la corrupción (Botran, 2003).

 

CONCLUSIÓN

Guatemala tiene una de las tasas de desnutrición crónica más altas del mundo y la más alta de América Latina y el Caribe. Se estima que el 49,8% de los niños guatemaltecos entre 3 y 59 meses de edad sufren desnutrición crónica. La tasa es aún mayor entre los niños indígenas, particularmente en las áreas de montaña. Estas altas tasas de malnutrición a nivel municipal están relacionadas con la pobreza y la desigualdad de género, especialmente porque las mujeres tienen pocas oportunidades para actividades productivas fuera del hogar (SDGF, 2017).

Existen desafíos que suponen un deber ético y moral, que demandan salir de cualquier forma de acomodamiento y que justifican la puesta en marcha de todos los esfuerzos posibles para sobreponerlos. Erradicar el hambre y la desnutrición es uno de ellos. Además, garantizar la seguridad alimentaria y nutricional (SAN) de los guatemaltecos no solamente representa un imperativo moral: también trae beneficios sociales y económicos para el país. En este sentido, es optimista notar que en Guatemala ha existido, en los últimos años, una voluntad sostenida por parte del sector público por atender esta problemática. A esta decisión se ha sumado el apoyo de la cooperación internacional, del sector privado y de la sociedad civil, sectores que participan en distintas iniciativas dirigidas a reducir la desnutrición crónica, en particular en el marco de las acciones que integran la denominada Ventana de los Mil Días y programas orientados a la agricultura familiar. Soy consciente que no hemos descubierto nada nuevo.

BIBLIOGRAFÍA

Botran, J. A. (Febrero de 2003). Regional Consultation on the Work of the Commission on Social Determinants of Health. Obtenido de Guatemala: La Seguridad Alimentaria y Nutricional como prioridad del Estado: https://www.who.int/social_determinants/country_action/JABotran_Guatemala.pdf

Brun, M. (Noviembre de 2015). Inseguridad alimentaria y nutricional: un desafío importante para el mundo árabe. Obtenido de TENDENCIAS ECONOMICAS: https://www.iemed.org/wp-content/uploads/2021/07/Inseguridad-alimentaria-y-nutricional.pdf

IPNUSAC. (Marzo de 2021). Revista Análisis de la Realidad Nacional . Obtenido de Instituto de Problemas Nacionales Universidad de San Carlos de Guatemala.: http://ipn.usac.edu.gt/wp-content/uploads/2021/04/Revista-an%C3%A1lisis-de-la-realidad-nacional-No-34-HIGH.pdf

SDGF. (Marzo de 2017). Fondo para los objetos de desarrollo sostenible. Obtenido de GUATEMALA: SEGURIDAD ALIMENTARIA Y NUTRICIÓN EN EL DEPARTAMENTO DE SAN MARCOS: https://www.sdgfund.org/sites/default/files/case_study_-_guatemala_-_es_v4.rvgd_.pdf

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